Padres... y madres
Hace unos días fui a visitar a un amigo que acababa de ser padre por vez primera. Tras otorgar los consabidos parabienes y alabanzas a la criatura -totalmente justificados: es una niña realmente preciosa-, me di cuenta de la "normalidad" con que aquella joven familia afrontaba la situación. Me dejaron sostener a la pequeña... ¡sin lavarme las manos!; no hicieron tragedias de los normales contratiempos que supone cuidar a un bebé... en definitiva, no cayeron en la histeria vital que, con demasiada frecuencia, afecta a muchos padres -y madres, seamos políticamente correctos- actuales, primerizos o no.
Me recordaba también a otro matrimonio amigo que, jocosos, me comentaban que su pediatra les había prohibido tener gatos en casa, por no se sabe qué extraña posibilidad de contagio de una peligrosa enfermedad. Ellos, criados en un ambiente rural y con una buena dosis de sabiduría popular -que por esos lares no suele faltar-, eran conscientes de que "toda la vida" hubo gatos -y demás fauna- en sus casas de pequeños y que, hasta la fecha, no había pasado nada. Así que mantuvieron en casa sus dos mascotas gatunas -con cierto cuidado, eso sí, de que tuvieran poco contacto con el bebé, porque también hay que ser prudentes-.
Y el problema es que estas paranoias tempranas se transmiten después a la educación del niño, logrando una variada profusión de complejos pseudo-paternalistas, que ahogan la autoridad y delegan la responsabilidad. Y sale lo que sale. O lo que no sale.
Así que, aunque sea poco normal, viva la "normalidad".
Me recordaba también a otro matrimonio amigo que, jocosos, me comentaban que su pediatra les había prohibido tener gatos en casa, por no se sabe qué extraña posibilidad de contagio de una peligrosa enfermedad. Ellos, criados en un ambiente rural y con una buena dosis de sabiduría popular -que por esos lares no suele faltar-, eran conscientes de que "toda la vida" hubo gatos -y demás fauna- en sus casas de pequeños y que, hasta la fecha, no había pasado nada. Así que mantuvieron en casa sus dos mascotas gatunas -con cierto cuidado, eso sí, de que tuvieran poco contacto con el bebé, porque también hay que ser prudentes-.
Y el problema es que estas paranoias tempranas se transmiten después a la educación del niño, logrando una variada profusión de complejos pseudo-paternalistas, que ahogan la autoridad y delegan la responsabilidad. Y sale lo que sale. O lo que no sale.
Así que, aunque sea poco normal, viva la "normalidad".
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